Adoro las conversaciones con mis amigas, especialmente con
aquellas con las que sobrevolamos nuestras vidas, mirándolas en perspectiva,
tratando de comprender y asimilar formas comunes y líneas diferenciales.
Repasamos y reconocemos los avatares de las vidas individuales,
de los vínculos, del país, y también del mundo.
Porque... ¿cómo podríamos marginar nuestras existencias
individuales y familiares, separándolas de los acontecimientos que nos
rodean?...
De todos modos, trazamos planos en nuestra imaginación que
luego no coinciden con los grandes mapas del universo. Anhelamos una evolución
lineal y ascendente de nuestros proyectos, cuando sabemos —en rincones más
sabios de nuestro corazón— que el camino recto tiene muchas vueltas.
Y nos encontramos con la persistencia de un malestar
insidioso, de una indefinida angustia que no afloja ni calla, aunque no sepamos
con claridad qué dice.
—Tal vez se trata de la porción de sufrimiento del mundo
que a uno le toca...— sugiere mi amiga Gabriela.
Visto desde ese lugar, planeando desde arriba, parece tan
pequeño e insignificante el propio malestar... que es fácil caer en la
tentación de sentirse un poco más descontenta, esta vez con una misma. O sea:
culparse.
—Yo suelo creer que mi malestar proviene de lo que no
termino de hacer. Que si lograra publicar todo lo que he escrito, o pintar lo
que no pinto, mi vida sería diferente. También, por otro lado, suelo creer que
si los que quiero me quisieran como necesito ser querida, viviría un
Disneylandia permanente.
—Sin embargo, uno ve gente que parece tener la vida de
realización y amor que una desearía, y tampoco se ven felices...
“La
pelota del otro siempre parece redonda, pero todas en algún punto se
ovalan...”, recuerdo que alguien me dijo
sabiamente.
La gente no es feliz en forma estable y permanente.
Esencias florales, psicoterapia, meditación, yoga, charlas
con sabios amigos y con amigos sabios... Mil modos de seguir buscando un cambio
de percepción para sentir diferente.
La
evolución del alma: el camino para que la
angustia, poco a poco, gota a gota, se transmute. Promesas de coros angélicos
celebrando la resurrección tras dejar atrás los infiernos de la carne. Del amor
frustrado. Del reconocimiento insuficiente. Del tiempo implacable y también
insuficiente. De la lucha que, como sabemos, es cruel y es mucha. Y del mundo
que, también sabemos, siempre fue y será una porquería. Ya lo sé.
¿Y si fuera al revés?...
¿Y si hubiera que agarrar esa angustia, esa ansiedad, por
el cogote, y sacudirla hasta que soltara prenda?... ¿Si hubiera que encararla y
obligarla a que nos conduzca —como un Can Cerbero dominado— hacia el otro lado
del abismo?...
¿No será la evolución del alma el argumento para quedarnos aquí, siguiendo con el picnic a
pesar de las hormigas, para no pegar el salto al festín que siempre suponemos
en la otra orilla?... Allí, donde los lirios siempre son más amarillos y la
hierba más verde.
¿No es esta dieta saludable de opciones consecuentes,
reflexivas, hipocalóricas e hipocondríacas lo que nos mantiene sumisos y ordenados,
tratando de de evitar el peligroso colesterol de las pasiones?
Dos voces internas se pelean, enredándose en una trifulca
estrepitosa.
Somos dignas hijas de nuestro tiempo. El fruto de crecer
entre el Flower Power, América Liberada, la New Age y el descarnado
postmodernismo.
¿Evolución del Alma?... ¿O revolución?...
¿Y si la angustia pequeña, comprimida como un caldito en
cubo, fuera la sustancia de la sopa con la que el alma precisa alimentarse de
veras? ¿Qué pasaría si le diéramos espacio en nuestros huecos, y le vertiéramos
el agua de las emociones? ¿Y si tuviéramos que escucharla para que nos dijera
lo que necesitamos cambiar, en lugar de acallarla?:..
Cuando Buda se iluminó, no cambió el mundo, sino Buda.
¿Evolución? ¿O Revolución del Alma?