Siempre sentí la necesidad de desarrollarme al menos en dos áreas: la psicoterapia y el arte. No siempre podía vincular todos mis intereses, mis recorridos, y las identidades que se iban despertando en cada experiencia. Sin embargo hoy creo firmemente que nada de lo ocurrido fue casual ni superfluo. Lo espiritual es es el trasfondo, una manera de llamar a Eso inefable que trenza, entreteje, sostiene y da sentido a las cosas. Bendigo cada búsqueda y lo que puedo aprender de vivir... trenzando mundos. Este es un intento de transmitir algo de ese aprendizaje, aún sabiendo que cada experiencia tiene mucho de intransferible.



SILVIA JUDIT LERNER
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DANZA Y LUZ (De "Paisajes del Alma")

Me levanté temprano, a pesar de que anoche parecía imposible entrar al sueño: una puerta cerrada, y yo sentada en el umbral del lado de afuera, los ojos abiertos de par en par, ocupados de estrellas invisibles.
Pero el sol tironéo de mis tobillos, por debajo de las frazadas, y me sacó de la cama.
Con un ánimo infrecuente, me vestí cómoda y de zapatillas, y me fui a probar una clase de yoga.
Fue un poco liviana para mi gusto. Mis compañeras eran encantadoras señoras de pelo blanco y articulaciones oxidadas.
Pero mi cuerpo agradeció los estiramientos, los movimientos pausados y la relajación. Y, claro, con mis cincuenta y pico, yo era la joven. Al contrario de lo que me pasó en otro gimnasio muy cool  al que fui hace dos días, donde todo resultó una gran exigencia y una prueba para mi orgullo. Y la que tenía treinta años más (o de más) era yo, entre mis jóvenes compañeros.
¿Qué prefiero? Disfrutar debería ser ya una prioridad…
Lo dicen desde el Cielo: Abraham[1], el jasidismo y —creo—también la Kabbalah. Quizás muchos otros Maestros.  Las entidades espirituales —explican— sienten a través de nosotros (los seres encarnados), gozan con nuestro placer, se deleitan con nuestra satisfacción, celebran nuestros logros, expanden lo creado con nuestras creaciones.
¡Pobres!… —pienso de pronto—, porque les damos pocas ocasiones. Hay demasiado dolor en este mundo. Y, por añadidura, les echamos la culpa a los dioses, a D’s, a los mundos superiores.
Pero volviendo… En este estado de bienaventuranza, con el cuerpo murmurando gratitud de que le prestara un poco de atención, pasé por un negocio en el que siempre miro una pequeña lámpara de vitraux, tipo Tiffany, con forma de mariposa.  Hace años que la miro. Y pienso: “Debe ser cara… Es cara… No voy a gastar eso en algo que es sólo un adorno…”
Pero esta vez sentí que era mala conmigo.
La mariposa era la última que quedaba. Son importadas, y cierto funcionario del gobierno, odia —entre otras cosas— las mariposas extranjeras.
Abrí mi cartera sin mucha esperanza. Pero ahí estaba el dinero de mi trabajo. Así que pedí que la probaran. La vi encenderse colorida, traslúcida y alegre. Y la compré. Me la compré.
Ahora va a estar posada en mi cuarto. Va a iluminar un rinconcito de mis sueños. ¿Me traerá también alguno? ¿Se llevará otros?
Seguí caminando con la bolsa. Un poco más feliz que de costumbre.
Me acompañaba la música en mis auriculares, que adoro, y que ni siquiera me concedo lo suficiente, aunque nada me lo impide. Sólo que no me trato todo lo bien que podría. En medio de mi exigencia permanente, las mil obligaciones, el trabajo, la familia, los compromisos,  y esa voz amarga que continuamente me reprocha lo que no alcanzo a hacer, olvido que la vida también consiste en disfrutar lo que se puede, lo que la vida ofrece. Lo que también tenemos derecho a pedirle. Que uno no se convierte en egoísta por eso. Que hay muchas formas de revelar luz. Y que cuando estamos contentos, lejos de acumular culpas por el mundo que sufre, somos mejores personas si podemos apreciar y agradecer, si nos alejamos de la amargura y el resentimiento, si hacemos circular lo que tenemos. Porque la alegría también  puede hacernos más generosos. Y si soñamos y nos acercamos a cumplir nuestros sueños, expandimos el Universo y alegramos a los ángeles.

Llegué a casa. No había desayunado. Me preparé un rico café con leche, tostadas de pan integral con semillas crujientes, queso blanco y mermelada dietética (pero rica). Y todo sabía mejor que de costumbre.
Y entonces la música, la misma que venía trayendo desde la calle, me llenó el corazón y se metió por mis piernas y mis brazos. Desenfundó las manos, esas pequeñas mariposas. Y la columna estaba sensible y ondulante y blanda, y los pies ágiles.
Y la música me vistió por dentro.
Y empecé a bailar.
Como cuando era chica y María Fux nos enseñaba a danzar una planta, un color, el aire mismo, una emoción, el silencio.
Bailé con alegría. Como hace tanto. Bailé haciendo dibujos que encendían el espacio a mi alrededor y desaparecían enseguida. Un dibujo tras otro. Cada giro, cada movimiento.
Y el corazón comenzó a reír.

Y los ángeles reían conmigo.




[1] Conjunto de entidades espirituales canalizadas por Esther Hicks, que desarrollaron la idea de la Ley de Atracción.