Un barcito… No tengo ganas de irme… ¿Qué apuro? Y…—aquí
debería venir un gesto de “¡Obvio!”— : ¡las cosas pendientes!… que siempre creo
urgentes.
¡Qué pocas ganas de irme! Preferiría quedarme acá, donde
nadie me pide nada. Al contrario. Yo pido. Pido un café y después otro, una
medialuna de manteca, que bajen un poquito la tele… Ponen música. Linda. Tele
sin audio. Si no quiero no miro.
Hay épocas en las que me faltan las pausas, sentir que la
vida es más un pulso que un esfuerzo sostenido. No hay música posible sin
silencios. Una nota interminable es un suplicio.
Muchas veces la noche no parece un blanco, el espacio de
descanso, vacío y silencio verdadero. Más bien parece que mientras intento
dormir, mi cabeza sigue trabajando, como una maquinita golpeteando y
golpeteando. Me recuerda los bracitos de metal de las viejas máquinas de
escribir, o el traqueteo de los aparatos antiguos que transmitían en Morse. Y
mi cerebro, la tipógrafa loca.
Y me despierto como si la cama fuera de piedra, con frío o
con calor, siempre incómoda.
Respiro (siempre ayuda). Me conecto con lo que vino
pasando, con lo que siento.
Y me doy cuenta de que iba planeando sobre el mar de las
cosas durante varios días, hasta que una situación fea me tiró de un hondazo.
Tengo que volver a remontar vuelo. Sobre las pequeñas
frustraciones de la vida, las rasgaduras a la tela del amor, que a veces parece
demasiado frágil, demasiado sensible…
Volver a remontar vuelo aunque tenga frío y tenga calor y
tenga que ir al banco y a terminar las compras y no tenga ganas de arreglarme
las manos. Tengo que… tengo que… tengo que...
Quiero pasar del “tengo que” a la conciencia de lo que
tengo. Para poder sentirme agradecida.
En el acto de agradecer lo que se tiene, florece la alegría
de tenerlo.
"Tengo que, tengo que..."esos ritmos que marca la ciudad, el trajín y a veces cuesta tomar distancia e ir a otra velocidad en la vida...casi remar contra la corriente, pero es posible, encontrar un tiempo y encontrarse con uno mismo...me han dicho que mi forma de hablar y mi actitud cambió mucho cuando me alejé de la ciudad, más pausada, tranquila...hasta tal punto que me cuesta entrar en el circuito de los subtes inundados de pasajeros o el tránsito impertinente de la gran ciudad, o la inexistente mirada del otro o el saludo en un negocio...me hace sentir que no soy de acá...¿seré? Encontrar los silencios y los vacíos que están llenos...se puede! disfrutar el ahora, dejando y haciendo fluir la vida, encontrar lo que más nos gusta, compartir con los demás y conmigo mismo...y así encontrar la conciencia de lo que tengo.
ResponderEliminarAbrazos!!!