Siempre sentí la necesidad de desarrollarme al menos en dos áreas: la psicoterapia y el arte. No siempre podía vincular todos mis intereses, mis recorridos, y las identidades que se iban despertando en cada experiencia. Sin embargo hoy creo firmemente que nada de lo ocurrido fue casual ni superfluo. Lo espiritual es es el trasfondo, una manera de llamar a Eso inefable que trenza, entreteje, sostiene y da sentido a las cosas. Bendigo cada búsqueda y lo que puedo aprender de vivir... trenzando mundos. Este es un intento de transmitir algo de ese aprendizaje, aún sabiendo que cada experiencia tiene mucho de intransferible.



SILVIA JUDIT LERNER
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LA VOZ DEL ALMA

A veces me quedan bachecitos de tiempo, minutos libres que no dan para empezar a leer nada, tampoco para ponerse a trabajar en el taller… Y tampoco me dan ganas de ponerme a contestar mails o resolver temas domésticos, como si cualquier cosa que sintiera “obligatoria” me produjera un instantáneo rechazo.
¿En qué mares quiero navegar entonces? El pensamiento se me hace demasiado insustancial e incorpóreo para quedarme… pensando. Necesito pasar las palabras a alguna forma de soporte, ni siquiera sé si para volver después a ellas, o sí —como las miguitas de Hansel y Gretel— para poder regresar alguna vez a no sé sabe dónde. Aunque ya sepa que no hay adónde regresar.
Por eso escribo.
Y porque yo confío en mis palabras. Palabras que son y no son mías. Confío en la voz interior que dicta sin que me pare a pensar ni corregir nada. Soy yo más que nunca y no soy yo. Es esta voz amiga que viene acompañándome la vida desde que soy pequeña, que se revela en el primer diario íntimo escrito a los nueve y que prácticamente no se detuvo más.
Debe ser la voz del alma. La que toma mi mano y escribe. La que me saca de apuros si paro cuando estoy apurada. La que se autoconvoca cuando cierro mi boca. La que acude con tres respiraciones lentas y profundas que abren el pecho y hacen eco al corazón para que sea escuchado.
La voz del alma que a veces se torna esquiva hasta que recupero el modo de llamarla. O me siento quieta y ofreciéndole algo, como quien llena su mano de alimento y espera que se acerque un pájaro.
La voz que se diluyó un poco y se escondió entre otras palabras, en los años negros de la represión. Coincidentemente, allí desaparecen mis relatos, muchos de ellos. Cuando no desaparecen los hechos, desaparecen los actores, los nombres, los rostros dejan de ser descriptos, se vuelven confundibles…
Somos lo que somos, y lo que el tiempo ha hecho de nosotros.
La voz de mi alma ha escondido, en alguno de sus pliegues, algunos de mis recuerdos. Como en muchos de mi generación.
Pero nunca ha callado, nunca ha huido. Siempre encontró algún ropaje para salir a la calle. Para no morir de encierro ni encerrada.
Pero esto es otra historia. O es otra parte de la historia.

La voz del alma es la que nos hace sentir acompañados y contenidos cuando estamos solos. La que prende una luz que ilumina el camino y dice "Por ahí", y es cierto. La que nos enseña y nos corrige con amor como Pepe Grillo, para caminar en lo verdadero.

Tiene un solo inconveniente: es evenescente. Como la sonrisa del gato de Chesire, cuando hablaba con Alicia, a veces solamente deja un rastro. Y depende de nosotros el volver a encontrarla.

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