¿Hay alguna fórmula para la felicidad? Hoy día ya no nos
animamos a hablar de felicidad. Parece una palabra excesiva, desbordante, casi
maníaca… Hoy pensamos más bien en bienestar, en tranquilidad, en pasarla bien,
en ausencia de dolor o de angustia…
Pero allá en el fondo fondo… seguimos pensando, deseando y
apostando a alguna forma de la felicidad. Aunque sea efímera, o breve… Aunque
tenga un poco mucho de ilusión…
La idea —y la sensación— de felicidad, cambia con los
momentos, con las situaciones, con los años. Y generalmente tiene más que ver
con un sueño a cumplirse, un fin a alcanzar, que con la certeza de algo que
está ocurriendo en el momento presente.
¿Cómo definirías
hoy tu idea de la felicidad? ¿Te sientes feliz? ¿Qué crees que te haría sentir
feliz?
Felicidad puede ser un concepto tan grande que se vuelve
lejano, como una montaña que sólo se puede ver entera a la distancia. A veces
el tiempo pasa y sólo mirando hacia atrás nos damos cuenta de que habíamos sido
tan felices…
Cuando la acotamos un poco, cuando la reconocemos como un
estado profundo que cambia de oleaje y de color en la superficie, es más fácil
sentir que somos felices. Porque podemos ser felices “a pesar de”: a pesar de
la tristeza de un momento, de la frustración de aquella expectativa, de lo que
demora en cumplirse aquel deseo, de tal o cual cosa que falta.
A veces nos pasa lo contrario: tenemos “de todo”, no parece
haber motivos especiales de tristeza o preocupación, nuestros deseos parecen
realizados… y sin embargo no somos felices.
Qué cosa más extraña y elusiva puede ser la felicidad.
Personalmente, a veces pienso que lo que deseo es
serenidad, y levedad. Levedad, liviandad, como se quiera llamar a ese estado
opuesto a ser denso, solemne, pesado. Ese estado tan próximo al juego, a la
creación, a la risa, a la ternura… Serenidad para enfrentar lo que la vida
traiga y poder pensar y resolver… Levedad para abrir la puerta de la alegría.
Para no enredarse en los vericuetos de la importancia personal, de los malos
humores, del exceso de obligaciones, de la exigencia desmesurada sobre uno
mismo y sobre los demás. La densidad de los amores tortuosos, torturantes,
torturados. Y el miedo, sobre todo el miedo, que es parte del efecto de no
poder tomar algunas cosas más livianamente.
Alguien escribió que los ángeles vuelan porque se toman a
sí mismos con mucha ligereza.
No encontré ninguna fórmula para la felicidad. Pero me doy
cuenta de que cuando me acuerdo y hago las cosas que me llevan a sentirme
serena, centrada, y también liviana, lo que siento es muy parecido a eso de ser
feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario