Parte
1 de no sabemos cuántas…
¡Cuántas cosas le ocurren o le
pueden ocurrir a uno cuando viaja! Al menos para mí, es una de las experiencias
más enriquecedoras. Pura expansión del alma… Y considero cada viaje como una
gran oportunidad que el destino me brinda, y que agradezco profundamente.
Acabo de volver de un viaje que fue
como tres viajes en uno. Me fui por tres semanas (que se alargaron un poco
gracias a las cenizas de un volcán europeo). Hacía muchos años que no me tomaba
tanto tiempo para viajar en medio del año de trabajo. Pero todo conspiró
gratamente para que esto ocurriera.
¿Qué quiero escribir en estas notas? ¿Una reflexión general
acerca de lo que significa viajar? ¿Un relato de viaje, donde uno cuenta
aventuras y desventuras? ¿O esos otros relatos de viaje en los que se describen
lugares y situaciones para que puedan viajar con las palabras los que no viajan
físicamente?
En realidad no lo sé todavía.
Cuando empiezo, a veces no tengo una idea muy definida de lo que quiero escribir.
O bien la tengo, y luego sale algo muy diferente.
Lo que quiero transmitir son,
básicamente, impresiones. La
huella que queda en mí cuando el mundo me toca, me acaricia o me presiona.
Antes de que otras impresiones las tapen o las desdibujen...
Recurro a mi cuaderno de notas. La
verdad es que lo usé muy poco durante el viaje, porque era todo tan intenso que
no quedaba tiempo ni energía para contar lo vivido, porque todo se iba en
vivirlo. (Lo cual llevaría a la lamentable reflexión de que, muchas veces, lo
que escribo es casi la sombra o la estela de lo que no llego a vivir…)
Lo primero que sucede cuando uno
viaja es una obviedad: uno se desterritorializa.
Pierde sus referencias habituales,
básicamente un montón de hábitos se quedan como girando en el aire, sin tener
en qué apoyar.
Según la edad y la plasticidad que
uno tenga, la transición puede ser sencilla y breve, o puede generar un
malestar que tome la forma de irritación, desconcierto o miedo.
Antes entraba en los cambios más
aceitadamente. Ahora necesito un tiempo para volver a ubicarme en la nueva
condición. Y bastante para dejar la anterior.
¡Cuánta ansiedad los últimos días
para dejar todo “en orden”! Pero… ¿Cómo sentir que está en orden un universo
que – uno cree – no puede seguir funcionando si uno no está presente?
De todos modos, si uno tiene fecha
para partir, un pasaje que no se puede devolver, hay algo que angustia pero
está a favor de uno: el tiempo seguirá corriendo y finalmente, de modo
inevitable, llegará el día en que ya no se podrá hacer ninguna otra cosa más.
Salvo ir al aeropuerto, o al puerto, o a la terminal de buses. De una u otra
manera, con las cosas mejor o peor terminadas, - y salvo que ocurra algo
drástico – uno se va.
Esto me recuerda algo muy
impactante que vi en Cambridge, y también en alguna otra ciudad que ahora no
recuerdo. Se llama “Chronophage”, y es un horrible y enorme saltamontes metálico – parecido a
un allien - que camina sobre
el borde dentado de un reloj muy especial, (The Corpus Clock) en el cual no hay números ni manecillas sino luces que se
van moviendo. El bicho camina, mueve las ruedas y se va
comiendo los segundos a medida que los hace avanzar. En síntesis: un ser de
pesadilla que se come el tiempo. El tiempo representado como una serie de círculos
concéntricos – uno para segundos, otro para minutos, otro para horas,
moviéndose a distinta velocidad - que no tiene principio ni final.
Como explica su creador, John
Harrison, en el video (ver link, lamentablemente sólo lo conseguí en
inglés pero se ve el Chronophage) su
idea era mostrar un bicho desagradable y no un saltamontes estilo Disney.
En verdad, no hay nada de atractivo
en esto de que algo se vaya comiendo el tiempo, segundo a segundo, minuto a
minuto, hora tras hora… ¿Quién no ha sentido eso, al menos alguna vez?
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La sensación que me queda es que el gran saltamontes irá moviendo sus patitas ganchudas hasta que, inevitablemente, llegue el momento que tenga que llegar. Así que lo mejor es relajarse y no interferir en el flujo de las cosas.
Eso es algo que también sirve mucho en los viajes. (Continuará… espero. Porque todavía no conté siquiera adónde fui)
Hola! Leí esto y me sentí un poco identificada.... si bien tuve un cuaderno de viaje, en el cual comencé solo escribiendo los lugares que visitaba, y termino siendo también un poco de descarga y conversación conmigo misma, creo que ese cuaderno si tuviera todas las cosas que viví, experimente y sentí durante un largo viaje, sería más pesado que la biblia.
ResponderEliminar"La huella que queda en mí cuando el mundo me toca..." es una frase genial, porque hay cosas que son inexplicables...son sensaciones, emociones, que quedan dentro de uno y no sé, al menos yo, creo que aún no he podido explicarle realmente a alguien todas esas huellas que el mundo dejó marcadas en mi...en nosotros, los que viajamos por un sentido diferente al turismo, al relax, a lo que sea... es vibración.
Saludos! Que nunca nos bajemos del tren que hace real la vida!
Hola Natalia. Recién hoy - casi un año y medio después - descubro tu hermoso comentario. Dicen que "nunca es tarde cuando la dicha es buena"...
ResponderEliminarTe lo agradezco, y espero que en este tiempo tu tren de la vida te haya llevado por paisajes ricos e inolvidables. Saludos!!!